domingo, 9 de mayo de 2010


Pedimos a gritos desesperadamente que abran sus ojos y nos miren,

que nos vean,

que vean nuestro dolor y nos comprendan.
Hacemos enormes esfuerzos para

no necesitar de nadie,

para no necesitar de una mirada para existir.

Pero somos esclavos de esa mirada,

la necesitamos, como al aire.

Hacemos cualquier cosa por

atraer esa mirada,

intentamos ponernos en

el campo visual del otro,

quisiéramos tener

un reflector que nos ilumine, quisiéramos brillar

para ser mirados.
Lo curioso es que los ojos que

más nos obsesionan

son los que no nos pueden mirar. Pero la mejor mirada no

es la que se nos niega,

sino esa mirada que no vemos,

la que ignoramos distraídamente.
Esa mirada inesperada,

fuera de todo calculo,

esa mirada que nos ve

cuando no nos sentimos mirados

y por lo tanto nos mostramos mejor. Una mirada capaz de atravesar la máscara y ver lo que hay detrás.
Es imposible que nos mire

a una mirada vacía, vaciada.

Pero lo queramos

o no somos esclavos

de esa mirada ,

porque todos somos luces apagadas

que solo se encienden

cuando alguien nos mira.